Para los guardiolistas, esa especie de fanáticos que cree ciegamente que el entrenador del Manchester City es el mejor del mundo con diferencia, el reciente título ganado por su equipo en la final de la UEFA Champions League en el Estadio Olímpico de Ataturk, es Estambul, constituye un espaldarazo único para el técnico.
Los seguidores del otrora adiestrador del Fútbol Club Barcelona y del Bayern de Múnich lo han aupado hasta un altar, y lo consideran como el inventor del nuevo fútbol, el único cuyos equipos juegan bien, el que va a todos los lugares y siempre deja una huella, el que prioriza la pelota antes que todo, quien jamás especula y siempre va a por la victoria.
Sus fans escuchan sus conferencias de prensa y quedan hipnotizados, alucinan con sus explicaciones y le perdonan cualquier exabrupto, incluso sus salidas de tono, y hasta sus derrotas, porque el técnico culé pierde, como cualquier otro entrenador del mundo. Incluso, pierde más, si tenemos en cuenta la cantidad de dinero que le ponen los clubes para que compre jugadores.
DOS TRIPLETES COMO ARGUMENTO
Con La Orejona, como llaman al título de la Champions, Pep Guardiola sumó su segundo triplete en una temporada. Ganar Liga, Champions y Copa es algo que no han conseguido muchos entrenadores, y a ese argumento se aferran desde los medios afines al entrenador, que no son otros que los City y los del Barcelona, más alguno otro por ahí.
Y llevan un poco de razón, pero solo un poco, insisto, porque no es tan complicado ganar la Copa, o la Liga, del país que sea. Lo verdaderamente complicado es levantar la Champions y el de Terrazas lo hizo en el Barcelona y tuvo que esperar más de una década para conseguirlo con el Manchester City, después de pasos fallidos por el Bayern de Múnich.
Eso sí, para el mejor entrenador del mundo, que ha contado siempre con plantillas super caras, con presupuestos desmesurados, con directivas o dueños que le han dado todo lo que ha pedido, no es ningún mérito superlativo haber sumado un par de tripletes. A fin de cuentas, era eso lo que debía haber hecho desde que desembarcó en Manchester.
Incluso, cuando fue contratado en enero de 2013 como técnico del Bayern Múnich, su misión era levantar La Orejona. Pero el entrenador saliente, Jupp Heynkes, le dejó el listón tan alto que Pep nunca pudo superarlo. Cuando asumió, seis meses después, al frente del once bávaro, tenía un problema, el once bávaro había acabado de ganar un triplete.
Y eso pesó en el futuro del entrenador, que no encontró la forma de mejorar lo hecho por Heynkes y con ese sanbenito vivió su estancia en Múnich, hasta que, cansado de caer en Champions, se fue a un club que le garantizaba todos los refuerzos del mundo y poder absoluto en la parcela deportiva, que era todo lo que soñaba.
GUARDIOLA ES GRANDE, PERO…
De cualquier forma, no seré yo quien diga que es un mal entrenador. Nadie en su sano juicio lo diría, porque solo hay que mirar cómo se desempeñan sus equipos sobre la cancha, pero de ahí a decir que es el mejor de la historia, incluso el mejor del mundo en la actualidad, va un largo trecho. Porque él entrena a los jugadores que escogió, pagados a precios de oro, con un presupuesto inacabable.
La victoria está bien, los elogios también, pero no más. Es hora de parar con eso de que nunca hubo ni hay -incluso que no habrá- otro técnico como el catalán, porque hay muchos adiestradores por ahí que ganaron Champions con la mitad o menos del presupuesto del City, o de aquel Barcelona donde jugaban Messi, Iniesta, Xavi, Esto'o. Sergio Busquets, Carles Pujol...
No voy a decir jamás que José Mourinho es mejor entrenador que Pep Guardiola, pero ganó un triplete con el Inter de Milán, con una plantilla que no contaba con ninguno de los 20 mejores jugadores del mundo en ese momento. Sus estrellas eran Diego Milito, Wesley Snejder, Esteban Cambiasso, Javier Zanetti, Marco Materazzi y Samuel Eto'o.
El mejor tenista español de la historia y uno de los tres mejores del mundo, Rafael Nadal, dijo hace unos meses que el deporte era cosa de perdedores porque en cada competencia se inscribían decenas de competidores y, al final, solo ganaba uno. Y en eso llevaba razón, porque pasa lo mismo en el llamado deporte blanco que en el fútbol, el baloncesto o el béisbol. Ganar a veces va condicionado con la suerte, que puede estar marcada por una lesión, la mala noche de un árbitro o un despiste de un jugador propio o rival.
Ganar siempre lo consiguen muy pocos. A mí me parecen importante los tripletes de Guardiola. Tienen su mérito, porque administrar mil 500 millones de dólares en jugadores no se consigue con facilidad, y tampoco disponer sobre la cancha una constelación de estrellas un día sí y otro también, pero hay otras cosas que reclaman merecimiento, como aquello de haber ganado más Champions que nadie, o haberse proclamado campeón en las cinco ligas más fuertes del mundo, algo que solo ha conseguido Carlo Ancelotti.
Pero el entrenador del Real Madrid, que lleva meses sonando para seleccionador de Brasil, no tiene la misma prensa que Pep Guardiola. Para poner un ejemplo: cuando el equipo blanco se impuso el año pasado a todos los grandes de Europa, fue solo un golpe de suerte, un empujón del destino que lo catapultó una vez más a la cima de Europa. Y tampoco pasó con Zidane cuando hizo lo que nadie en la Era Champions: ganar tres en línea recta. Zizou tampoco tuvo la prensa que tiene Pep. Así de sencillo.
